
He estado ausente por un tiempo y la verdad es que no ha sido por falta de ganas ni por falta de temas.
He tardado en volver a escribir porque, honestamente, no me sentía bien emocionalmente; he tenido que darme tiempo para mí, para parar, para respirar y para sentir todo lo que estaba viviendo.
¿Cómo gestionar las emociones?
Las emociones, esas que a veces dejamos de lado por miedo o por ocuparnos de tantas cosas, tienen que ser escuchadas.
Las emociones son poderosas. Dirigen nuestro día a día sin que muchas veces seamos conscientes de ello. Estamos riendo y, al siguiente minuto, llorando. Hoy sentimos miedo y al rato, una gran alegría.
La vida se compone de esos altibajos emocionales que, aunque a veces nos parecen caóticos, son completamente naturales.
En los últimos días, he experimentado todo esto en carne propia: ira, tristeza, felicidad… todo en un solo día. Esa montaña rusa emocional me ha recordado lo importante que es permitirnos sentir, sin juzgar lo que estamos viviendo en el momento, y además de no poder correr de nuestras emociones, tenemos que darles espacio para que fluyan y para que nos enseñen lo que necesitamos aprender de ellas.
Este artículo no es solo para contar mi ausencia, sino para recordarte que, si en algún momento sientes que las emociones te están desbordando y que no puedes encontrar un equilibrio, está bien. Es completamente humano.
No se trata de reprimir lo que sientes, sino de hacerle frente, darle espacio y tiempo.
Las emociones no son malas, son señales de lo que estamos viviendo y de lo que necesitamos transformar.
Así que, hoy quiero compartirte algo que he aprendido: la importancia de sentir, de tomar un respiro, de tomarse el tiempo para ser humanos.
Cada emoción tiene su razón de ser, y aunque a veces nos cuesta entenderlas, son parte de nuestro viaje.
Si estás pasando por algo similar, si te sientes confundido o abrumado por tus emociones, quiero que sepas que no estás solo. Todos pasamos por altibajos emocionales.
Y está bien, está bien sentir todo eso.
Gracias por leerme, por seguirme, por ser parte de este espacio. Y espero que este pequeño recordatorio sobre las emociones te sirva, tanto como me ha servido a mí escribirlo.
Si alguna vez sientes que necesitas un espacio para hablar de tus emociones, para comprenderlas mejor, sabes que aquí estoy, como siempre, dispuesta a acompañarte en el camino hacia el bienestar emocional.
Las emociones son una parte fundamental de nuestra vida cotidiana. Aunque muchas veces las pasemos por alto o intentemos ignorarlas, juegan un papel esencial en nuestro bienestar.
Son el reflejo de lo que vivimos, lo que pensamos, lo que deseamos y, sobre todo, lo que necesitamos.
Como terapeuta en gestión emocional y especialista en duelo, he sido testigo de cómo las emociones pueden ser difíciles de manejar, a veces por no saber identificarlas y otras por el simple hecho de haber aprendido a reprimirlas.
En este artículo, quiero compartir cómo las emociones fluyen entre nuestro cuerpo y nuestra mente, cómo nos cuesta reconocerlas y, sobre todo, cómo la sociedad nos ha enseñado a ignorarlas o esconderlas.
Las emociones son más que simples reacciones a estímulos externos; son respuestas profundas que nacen de nuestro interior y se reflejan tanto en nuestra mente como en nuestro cuerpo.
Cada emoción genera una reacción fisiológica en el cuerpo.
¿Alguna vez has sentido tu corazón acelerado por el miedo, o has notado cómo se te hace un nudo en el estómago cuando sientes ansiedad?
Esas son las señales físicas que tu cuerpo te envía para indicar cómo estás emocionalmente.
Sin embargo, muchas veces no somos conscientes de estas señales.
En nuestra vida diaria, absorbidos por las exigencias del trabajo, la familia y las relaciones sociales, no prestamos atención a lo que sentimos en el momento presente.
Las emociones, por tanto, se convierten en una parte silenciada de nuestro ser. Nos olvidamos de ellas, las ignoramos o, en el peor de los casos, las reprimimos.
Una de las razones por las que nos cuesta tanto identificar y gestionar nuestras emociones es porque, desde pequeños, nos han enseñado a reprimirlas.
A mí me enseñaron que las emociones, especialmente las «negativas», no deben mostrarse.
«Si tienes ganas de llorar, no llores», «si te caíste y te hiciste daño, no te quejes, levántate y sigue adelante», me decían.
O, en el caso de las emociones relacionadas con el amor, «si estás enamorada, no lo demuestres, eso no está bonito». Y, claro, «las niñas tienen que hacerse respetar, no deben ser como unas cualquiera».
Estos mensajes, aunque bienintencionados, nos enseñan que nuestras emociones son algo que debemos ocultar o, incluso, negar. Nos enseñan que mostrar debilidad o vulnerabilidad está mal.
Crecimos con la idea de que si expresamos lo que sentimos, estamos perdiendo el control o somos «demasiado emocionales».
Este enfoque, que pretende protegernos, en realidad nos aleja de nuestra autenticidad y nos hace sentir incompletos o, peor aún, avergonzados de lo que sentimos.
La represión emocional se convierte en un mecanismo de defensa ante el miedo de ser juzgados o rechazados.
A lo largo de los años, aprendemos a ignorar lo que sentimos.
Las emociones que no se expresan no desaparecen, sino que se acumulan. Esta acumulación puede generar malestar emocional y físico.
Es muy común que las personas que repriman sus emociones sufran de estrés, ansiedad o incluso dolores corporales inexplicables.
A veces, lo que no podemos expresar con palabras se manifiesta en nuestro cuerpo.
La falta de expresión emocional puede desencadenar tensiones musculares, problemas digestivos, insomnio o dolor crónico.
El cuerpo guarda todo lo que no dejamos salir y, eventualmente, nos pasa factura.
Sin darnos cuenta, las emociones reprimidas se convierten en una carga que nos pesa, pero no sabemos cómo liberarla.
Una de las principales razones por las que nos cuesta reconocer nuestras emociones es la desconexión entre la mente y el cuerpo.
Vivimos en una sociedad que, en muchos aspectos, valora más la productividad que la salud emocional.
Estamos tan ocupados con nuestras responsabilidades y tareas diarias que no encontramos tiempo para detenernos a sentir. Este ritmo acelerado nos aleja de lo que estamos experimentando internamente.
Nos hemos acostumbrado a funcionar en piloto automático, sin hacer una pausa para explorar lo que está sucediendo en nuestro interior.
Además, el miedo a ser vulnerables también juega un papel importante. La cultura de la «fortaleza» nos dice que debemos ser fuertes todo el tiempo, que debemos ocultar nuestras emociones, como si mostrarlas fuera un signo de debilidad.
Es fácil caer en la trampa de pensar que, si no mostramos nuestras emociones, no seremos rechazados o juzgados. Pero este enfoque solo crea una desconexión con lo que realmente somos y nos impide sanar.
Es crucial empezar a reconocer y aceptar nuestras emociones.
No hay nada de malo en sentir tristeza, enfado, ira, miedo o felicidad.
Son emociones humanas, necesarias y, de hecho, beneficiosas.
Las emociones son señales que nos indican lo que estamos viviendo y lo que necesitamos.
Si algo nos duele, es porque nuestro corazón o nuestra mente nos están alertando de que hay algo que debemos sanar.
La terapia no solo ayuda a las personas a gestionar su dolor o su duelo, sino también a enseñarles a sentirse libres para experimentar y expresar lo que sienten sin miedo al juicio.
A través de la gestión emocional, podemos aprender a darle voz a nuestras emociones de manera saludable.
Reconocer lo que sentimos, ponerle nombre a nuestras emociones y darnos permiso para vivirlas es un acto de valentía.
Gestionar nuestras emociones no significa reprimirlas ni ignorarlas. Significa ser conscientes de ellas, entender su origen y aprender a manejarlas de una forma que nos beneficie.
Algunas estrategias efectivas para la gestión emocional incluyen:
Mindfulness o Atención Plena: Practicar la atención plena nos permite estar más presentes en el momento y ser conscientes de lo que estamos sintiendo sin juzgarlo.
Expresión emocional: Hablar con alguien de confianza o escribir sobre lo que sentimos puede ser una forma poderosa de liberar nuestras emociones reprimidas.
Ejercicio físico: El movimiento puede ser una excelente forma de liberar tensiones acumuladas en el cuerpo y poner en circulación nuestras emociones.
Terapia emocional: Buscar la ayuda de un profesional, como un terapeuta especializado, puede ser una herramienta muy valiosa para aprender a gestionar nuestras emociones de manera efectiva.
No podemos olvidar que las emociones son una parte esencial de quienes somos, y no debemos temerles ni reprimirlas.
Aunque muchos de nosotros crecimos con la idea de que debemos ocultarlas, la realidad es que vivir plenamente significa aceptar y permitirnos sentir.
Reconocer nuestras emociones, expresar lo que sentimos y gestionar esa energía emocional de manera saludable nos acerca a una vida más auténtica y plena.
Si ves que tus emociones te superan y no sabes cómo gestionarlas, acude a terapia porque te acompañarán en este proceso de reconexión con tus emociones, para que puedas sanar, crecer y vivir con mayor bienestar.
Si estás listo para empezar a gestionar tus emociones y sanar las heridas del pasado, te invito a dar ese primer paso hacia el bienestar emocional. No estás solo en este camino.
Te agradecería que, si este artículo resonó contigo, lo compartas con aquellos que crees que también podrían beneficiarse de empezar a sanar sus emociones.
La gestión emocional es un viaje que, cuando se recorre con conciencia, nos lleva a una vida más equilibrada y feliz.
María Anguita
Coach en inteligencia emocial
Especialista en duelo y trauma
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